De La Verdad en El Ardid.

 

Abrí la gaveta del carro, digo carro a la mesa donde está, le digo gaveta donde deposito las llaves en que suelo a veces guardar en mi conciencia: Una pluma, algo de papel y tinta de colores en la oscura soledad del abismo de un cajón, el de mi alma; solo conduzco por los ríos de mis lágrimas, turbias aguas perecen, parecen cristalinas, secas, como un riachuelo, fuerza de la naturaleza que nunca ha mentido sobre su furioso caudal, donde soy el amo de mi territorio que parece inútil reconocer su bastedad. Aprieto el acelerador para darme ánimos, ganas de lanzarme por un acantilado y ver que el auto va para abajo, mientras te mantienes inexplicable, sostenida en el aire, flotas hasta la orilla, científicamente ya no hay orillas donde te poses que no sea más que infinito, pero fue la acción que hizo mi imaginación para trasformar una gota de tu saliva, que se precipito en mi boca, y me hizo hablar.

Soy la gota de tantas que chocan y se unen a la corriente embravecida, rugido de piedras que recrean su temible sinfonía, golpeándose unas con otras, sonido de bestias rabiosas, ese mismo del que los besos por tu cuello pasan a ser sentidas mordidas que despiertan al animal enjaulado. Sueño con tu perversión hecha realidad, ser un esclavo de tus libertades para conmigo, y dejar que la carne se despoje del alma para hacer que todo vaya más allá de la muerte, como cortar la moralidad con una sucia propuesta, desprendiéndose de nuestras bocas el ritual. Babas que desembocan al deseo, hacen tener hambre de la piel que hierve a la fricción, fuego que no quema pero consume. Sincerarse con el movimiento que se gesta: Ondulatorio, circular, progresivo, mutuo. De arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, atentado uno tras otro de vertientes de sangre caliente que se entremezclan, que se desbordan por los suelos, que se cumplen en la carne fantasmal de los ingenuos y todo se descubre: La trampa de la araña espacial envuelve su presa con rayos de luz, le provocan quemaduras en su forma lujuriosa de existir, como toda criatura responde a estímulos primitivos que indican su parentesco con antiguos.

Sigo tocando los cielos al pensar, que la gracia se mezcla en realidad con la gasolina, con explosivos altamente Hiroshima, poco 11 de septiembre, más a masacre paramilitar, más a llegada conspiranoica a la luna, a Marte, amarte es lo que hace que nalgas se castiguen con chispas de estrellas que explotan, que arden.

Ver y hacer de las posiciones la geometría exacta para que nuestras serpientes copulen, maniobrar aeroplanos de guerras imborrables, estos serán opiniones que la historia borrará; sujetar del cuello a los despropósitos, que supliquen por su vergonzosa existencia. Ser furioso con la ternura y permitir que ella grite con una cómplice sonrisa la vida que nos brindó de su copa, dejando sin aliento al paraíso que ambos con sus prejuicios, sus malestares de conciencias irremediables ofrecían.

Deshilar cada hilo de sus prendas, con la velocidad del atrevimiento, permitirse caer en las nubes de sus visiones más descarnadas, que pueda yo navegar en ellas como quien toma aire y se hunde, retornar descubriendo otros cuantos mundos en tus profundidades, y sumergirse de nuevo. Voy detrás del desafío que destruye la injuria, la sometida enfermedad que se desata y cura las ganas del dictador. Voy adelante de mis heridas, estoy analizando su dolor. Voy al lado de la fugacidad de un sueño. Voy detrás del miedo para sorprenderlo y pegarle el susto de su vida. Voy adelante del propósito y saludo efusivo a la derrota, la abrazo como un amigo perdido. Voy al lado tuyo y la tempestad cesa un poco, es una nana que en el techo es interpretada mientras nuestras manos bailan, el cabello se enreda con nuestras caricias y una última mirada nos da el adiós.

Mario Alberto Bermúdez

Poeta, estudiante y amante a los galimatías de tu piel.

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