En los escombros del mundo un Cadáver Grita.
Buscando el papel en blanco me
encontré con unas cuantas palabras apiladas en la urgencia de mi garganta, mi
laringe, así que me induje a regurgitar desde un calmado infierno para
vomitarlas. Exprese mi odio, y él diseñó la intranquila forma de darme el gusto
de volver a donde siempre empiezo: En un charco de lágrimas que pidieron
auxilio y que el ego acalló con delirios sin sentido, locura de postergaciones
inútiles, y de tiempos agotados que mueren tristes porque nunca volverán. Ahora
mi cadáver sueña la vida de otro, mi cadáver piensa demasiado, mi cadáver
contrae aflicciones como una enfermedad infecciosa, mi cadáver escupe la buena
onda de los sanados, los que sueñan redimirse con cada una de sus ideas, ser
considerado un ilustre cadáver que hace mucho por tantos años se esconde en la ignominia,
y que de él trascribirán pensamientos que serán tema en alguna cátedra
cadavérica para círculos selectos de vivos cadáveres, discutiendo el destino de
los que según dicen ellos: Yo vivo, yo existo, yo sueño, yo lucho. El cadáver
se manifiesta, se desmorona en razones, pero son simples condenas que señalarán
como malo el camino tomado. La muerte abraza al afligido, y le da cachetadas a
los fuertes.
Que la destreza te la den las
palabras, leer es sumergirse, ahogarse con los significados cadavéricos, y
pulverizarse en la imagen que nunca será o siempre fue. Soy un adjetivo
perverso para esta humana tierra, sueño demasiado y despierto poco; abro los
ojos por placer, los cierro por necesidad. Por mis lares me saludaron y se
quedaron, luego se fueron aburridos, peores como llegaron. Vertí mi abismo
desde la copa vacía que me serví, y la vi caer tan lentamente que no parecía
arrojarse, solo devolverse, pero trasformada en veneno temporal, como cualquier
persona que se pueda proclamar Ser como tal. Me permito perder el tiempo
cadavérico pensando esta clase de sensateces virales, y por éste término digo para
mencionar que es contagiosa, como la muerte en temporadas de crisis, o en
cualesquiera que se le presente a ésta, mi especie condenada.
Prevalezco con la dulzura del
tic-tac versátil del reloj que me indica cuantas veces rasque mis nalgas,
masajee mis pelotas, me deshice de mi mal aliento y pensé lo inútil que es
seguir existiendo. Conquisté con ello serenidad en cualquier infierno,
sintiendo el corazón en la garganta en sus profundidades, ahogándome con mis
angustias y sonriendo el clímax de lo efímero ante mí. Un balazo, un poema, una
mirada, un puntazo, el frio del hierro de un arma de fuego, y una palabra que
en la ingenuidad creíste cierta.
Vale concretar con los fines;
para fantasmas, la historia que supimos del Perdedor. Éste permite saborear la
derrota y cree que pasará de nuevo. No caigas en inconvenientes, pero si lo
haces muerde de su carne y gruñe, simpatiza con los demonios, aprende las
posibilidades como también de las salidas. Cruza la línea de tu propio orden y
esquiva las balas de lo desafortunado, si te sientes genocida, recíbelas con
ironía y date cuenta que puedes hacerlo. Soy el aleteo de la mosca, ni alcanzo
a existir en un parpadeo de los vacíos donde me logro acomodar sin problema.
Luego sabré que mis recuerdos
juegan a hacerme creer que vivo.
Cadáver.
Ahora, frente a la resurrección
rota de la esperanza, me escupe la ignorancia, se desmantela la mentira y por
una jugada que nadie pide, una bomba de sufrimiento explota matando la palabra
y permitiendo que el eco del silencio se tome la vocería, el sonido del olvido,
el grito del olvidado, la necedad del cadáver siendo polvo queriendo tomar
forma.
Mario Alberto Bermúdez
Poeta, estudiante y aún un ser
vivo.
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