Carta N° 2
Villavicencio,
20 de octubre de 2020
¿Admirado? Si, estimado Jefe
Indio Seattle.
Me condiciono a los
sacrificios que mi vida azteca vislumbra, en el alto altar de mi piramidal
destino. Cosecho las indiferencias azulosas de una bilis social que algo,
supongo creador vomitó, pero somos el resultado del universo y su indiferencia
creadora, allí estoy con el dolor aplaudiendo mis astutas decisiones que se
miden al preguntar por la soledad de un planeta que se sostiene por la culpa
que tiene solo al existir. Un –Hola, para los malos consejos, un -Hasta pronto
ingenuamente al niño que pide la dirección a la compasión, a la ternura, al
amor que perdió con adultos que olvidaron su humanidad, la realidad se los
trago, una realidad que compra y vende sentimientos a costa del desprecio que
se tienen de sí mismo, por eso quieren desesperadamente una versión
virtualizada, una máscara adecuada para ser feliz.
Pueden hablarse de
autoridades, pero no son más que bestias en conflicto, aquí se rescata el
recuerdo como fuente que se agota, y le cae petróleo visceral de las entrañas
de la tierra que llora su desmembramiento, en vivo y en directo; y entre los
sueños se persiste el próximo despertar, y entre pesares se bebe la tristeza de
alguna falta, un pecado que solemos ser, ese instinto que trepa las paredes del
alma como salamandra.
Me sale humo de la cabeza,
soy el animal asustado que protegió el reloj de arena que seremos grano a grano,
atrapados; desierto a desierto, olvidados olvidando, aplanando la vida,
edificando formas de convivir, de ser, y solo respondemos con la violencia que
destila la esencia de no darse cuenta de lo evidente. Sospecho de mis limitadas
facultades, no me convence lo más mínimo que pueda yo hacer algo, pero me
insisto como quien fuera una hundida rana que patalea en la leche –o me ahogo,
o me hago un queso por sobrevivir –No me resulta verme como una enseñanza de
cajón para darle vueltas al asunto. Somos lo que queda en pie de las ruinas de
los sueños, los dilemas de no estar haciendo lo correcto, una debilidad a la
que sucumbimos, el deseo que nos permite darnos sentido. La flor que corté se
marchita en mi interior, flota sin raíces, siendo una obra de tu arte
inconcluso, algo que olvidaste y lamentaste, las mentiras en las que creíste,
el delirio por los que trazaste las brechas, las ganas, el muro, los escombros,
los escombros de lo que fuiste, fuimos, somos.
Igual no lo hice para que lo
leyeras con lo que nos queda por hacer, solo respondo a lo lamentable con dolor
de por medio para creer que se está viviendo, lucho por ahora con las
circunstancias de corriente marina, de ser yo la corriente que no tiene fin, un
navegante que desencalla y vuelve a la mar por otra costa que cruzar, otro
desquicio terrestre que soportar. Ya no espero nada, solo me aferro a la tierra
con la fuerza de semilla fértil, soy de aromas dulces, de textura suave, con
ramas fuertes, doy sombra multidimensional, como también el dulce fruto que
nadie espera.
Espero no sigas revolcándote
como supongo que lo has hecho en tu tumba señor Líder Indio, espero sí descanse el proyectil, el bolillo y el devastador odio, y que los oídos
escuchen todo lo que nos importa.
Atentamente,
Mario
Bermúdez
Un Poeta que apoya la Minga.
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