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No hay un escape de la lluvia cuando de su goteo se deslizan los gritos de una tormenta que viene, una temible lluvia que desprende los ojos ciegos de dios, y los hace navegar por el iris del buitre, que se encuentra de frente con el gusano que carcome la carne del creador. Desperdicio mi destino, creando mi propio deshacer por el rehacer, ser yo mi contrincante, aceptando la combinación tras combinación, que del rin de la vida me va amoldando la carne, carne viva del ser, aceptando mis cadenas que son trufas, ácidas golosinas que se prueba en cada cátedra que el perdedor infringe en la realidad.

No hace falta correr, pero por salud huye, así son las fuerzas cuando giran como lo hacen las ratas encerradas en sus condicionados juegos. Pero, contradecir la condena que todos cargamos no nos hacen unos moribundos, que en el sueño, nos ahogamos con la saliva que del transformado rio sucio y turbio va arrastrando, arrasando si se deja a sus anchas las gracias del desgraciado. Acéptalo, todo termina, acepta todos los días la muerte, tu muerte, cree en los instantes que determinan, todo te permite construirte: unas lágrimas que salen en los momentos menos esperados, un cuchillo que desde tu espalda hasta el pecho es apartado, con lentitud, y los reproches por tu triste existencia, el veneno barato para rata que por tu corriente sanguíneo purgó las decisiones fatalistas del condenado.

Contradecir la condena con la fortaleza de un moribundo que acepta su final.

Al irme lo haré con la certeza de volver como si nada malo hubiera pasado, golpeando esas puertas giratorias y saliendo por el mismo lugar por donde entré. Comenzaré con lo abyecto, lo imperceptible, lo que quizás en las vibraciones del perdido en el espacio se va encontrando. Me permito darme el permiso de violentar mi vida y llevarme a entenderlo todo, también, cual si fuera una multitud de flores que son golpeadas con suavidad por la brisa con color de destierro, y una sinfonía silenciosa que solo al contemplarse se deslizan, como gotas de rocío que en la madrugada se posan con tanta quietud sobre las hojas, sobre los pétalos, sobre la piel de los animales, domésticos, salvajes, las heridas que el arte oculta; se sabe que hay un acantilado, y la caída del día como su común renacimiento me estremecen.

Ahora, después de hacer parte de la tempestad, quien al sol seca sus pesares y observa con plenitud el caudal que provocó, se conquista un día más, tiempo que se invierte en lo que se provoca, y sin leyes humanas sobre devoluciones complemento el paisaje desolado con un sueño que por mero gusto de mi existencia provocó.

 

Mario Alberto Bermúdez Gómez

Poeta, Estudiante y Conductor designado en vías Lácteas de lo Inexplicable.


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