Carta N° 1
16 de octubre del 2030
Grecia,
en una quebrada cerca de Pompeya.
Apollonia:
Me
vine abajo cuando decidiste soltar mi erecta decisión de atravesar con gracia
de lento fantasma agonizante tu propia alegría, y decidiste crearte tu solita
la soledad que necesitabas soportar, pensaba que era fácil deducirte, pero te
volvías complicada masajeándote la espalda recostada confesándome lo que ibas
hacer, solo te sonreí, quería aferrarte a mí con fuerza, y mientras veía tu
pierna levantada en mi pecho, y tu otra pierna al otro lado del mar, introduje
el destino del que hablaban los griegos. Fulminada, caías y volvías a resucitar
tan plena, tan lucida, tan fuerte, que el deseo solo quiso abrir la puerta y
observar qué hacías, mientras tu espíritu contorsionista se partía en mil
pedazos, Tú caías como tormenta eléctrica en mi cuerpo de agua tibia, que te resbalaste
en mi boca y te tragué toda, todita, entera, no dejabas de iluminar con rayos
los caminos donde izamos nuestra bandera como si la luna o marte se tratase.
Recordé la melodía que hiciste cuando se deshizo la mentira del amor que le
profesabas con miedo a tu Esposo, me reía de él, pensando que me apuntaba con
un arma, me reía mirándolo a la cara, me reía,
o mientras me clavaba un cuchillo con esa rabia que me recordaba cuando
tus manos aruñaban mi espalda y cómo con todo tu cuerpo me atrapaba sin que se
pensase un escape oportuno, todos me parecían condenados, excepto tu mi amor,
nunca te dije “mi amor”, eso iba contra mis reglas sobre la libertad. Solo
seguía sacudiéndote, metiendo el dulce néctar de lo imposible y sacándote el
odio que le tenías a tu propia vida.
Apollonia,
te necesito, sacabas todo lo vital de mi reconfortante paz cuando después del
orgasmo retozábamos juntos, recordé esa vez que le mentimos al mundo dónde
estábamos, nadie tocó a la puerta pensando que estabas con tu amiga la gordita
más bonachona del pueblo de fiesta, ella ni sabía de ti, y nos cubrió con la
picara sensación de que el chisme le llegaría tarde que te temprano de tu boca.
Pero ni una palabra se supo, ni ningún gesto apareció como evidencia de la
dulce culpa que cargábamos juntos. Mientras nos duchábamos, y te jabonaba las
piernas, tu cintura, tu espalda y pasaba mis manos por tu entrepierna veía como
te estremecías de nuevo sabiendo que el agua se llevaba todas nuestras penas,
me agarraste la verga que ya estaba dura y la masajeaste con tu culo, sentí
eclipsarse por un momento el tiempo, te agachaste, y con tu boca hablaste con
un lenguaje que podría descifrarse como universal, y con lentitud salvaje de
tigre acechante, acariciaba tu cabello, y dejaba que tomases el tiempo que
deseabas, te ayude a levantarte y a carne viva te introduje suavemente un
sueño, un sueño mojado, un sueño del que no nos hemos aún despertado.
Ahora
te escribo esto al frente de tu tumba, teniendo en mis manos los ingredientes
para comenzar el ritual, satán sabe de la muerte, y quiero volverte a verte,
así sea necrófilamente. Son inútiles las palabras cuando ya las vivimos.
Querida
Apollonia, no estés triste, no estés vacía, que para no temer me dijiste que te
tomabas regularmente la postday de la satisfacción que provocaba en ti insulsa
tranquilidad. Te seguiré escribiendo igual por desesperación del cuerpo porque
mi alma imagina con dolor, danzando junto a la tuya en algún oscuro agujero
negro en el espacio. Te seguiré buscando sabiendo la amenaza de la idiotez humana,
ahora me falta uñas de gato, cabellos de tu cráneo vacío y la sensación de
estar perdiendo mi tiempo. Salúdame a las estrellas donde nos enviábamos
entrelazados de gemidos, que ya falta poco para volverte a ver.
Posdata:
Suena la canción Un crujir de Iconauta ¿la recuerdas?
Somos
un desastre natural como lo que aquí paso…
Quien
te sigue queriendo,
Alejandro
Rodríguez, Hermano de
Mario
Alberto Bermúdez Gómez.
Poeta, Estudiante y Provocador del Pecado como Pedagogía
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