8: Sobre suspiros perdidos
Despido la tranquilidad en un
viaje sin retorno al fondo de un volcán activo, espero verlo estallar, ver las
luces incandescentes a lo lejos mientras me ahogo con las lágrimas que son solo
mías; son las que recolecté dentro del dolor de unas cuantas insatisfechas vidas; lavo mi culpa por variar con
jabón que utilizo para tener reluciente mi cerebro; acreedor de las sensaciones
perdidas, en el hogar de las mentiras de un hombre triste, me veo desangrar mis
ideas por los sueños que perdí hace tiempo en la guerra que cualquiera
sostiene.
No me quejo de mi soledad, mi
reflejo lo extravié en lo que viví a través de los ojos de los que me vivieron;
descontrolo mi descanso con angustias universales y me hiero con astillas
pequeñas de mis tonterías que pienso a diario. Pervive la desolación de las
cosas inútiles, el aroma del rechazo es de una flor negra que se marchitó en el
vinagre que sale de mi boca. No soy más que cualquiera, y cualquiera obtiene el
tiempo para despertar y morir. Construyo mi imperio de la sal de los que dieron
media vuelta para ver a su Sodoma y Gomorra; arden mis desilusiones por defecto
de mi propia esperanza que alimento para degollar y hacer un buen sancocho envenenado
de vida; despedirme al hueco que me corresponde, y, desde allí, edificar mi voluntad de mentirme, reclamarme al
menos un momento, en el que piense que algo haya valido la pena, y sonriendo,
desvanecerme, poco a poco podrirme, en la dulzura de lo que ya fue.
Ya encontré el destino de la
humanidad: Nada puede ser tan desagradable y quizás, hasta predecible como lo
es. –sal de ahí vida, no te ocultes de lo que ya te encontró, sal para jugar a
estar vivo, pídele permiso a tu destino para irte por una nueva vida y
perderse, hazme caso, no te haré daño, solo compartiré otro momento que se perderá
contigo.
Encontrar mi desazón no fue fácil,
primero utópicamente estaba en la rabia de la historia que se repite, junto a
la frustración que arrojé al vacío de mi alma: Unicelular, mitosis fallida, biología
de lo detestable, química del deseo en aromas desvanecidos. Al verla tuve precaución
porque sospechaba que caería enamorado de la tristeza del que solo se quedó aún
después de la muerte. Presentí que mi amor iba a convulsionar y sucumbir ante
la ternura manipuladora de una reveladora sonrisa, y por las calles no reconocí
las señales para llegar a casa a salvo, casi nunca sé cómo llego.
El desenfreno dicta y yo con ‘matachos’
respondo, una caricatura de mí sobrevive en el sarcasmo que se merecen. Veo que
el tiempo se acaba, una vida no alcanza para tanto. Arrastro mi alegría para
que se vista formal y salude. Amenazo de muerte a lo desafortunado para que se
esconda en donde guardo mi pasado junto con otros cachivaches en el sótano, en
el cajón en que lo viejo cobra su cuota por reliquia familiar, obituario infesto,
anticuario de la condena. La foto desvanecida por el tiempo siendo encontrada por el de la limpieza.
Mario
Alberto Bermúdez Gómez
Poeta, estudiante y familiar
del suspiro acompasado.
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